28/06/10

Bento XVI prepara nova ofensiva de "Reconquista" na Península Ibérica

Bento XVI prepara nova ofensiva de "Reconquista", tendo por alvo a Península Ibérica. A campanha terá nomeadamente por teatro Barcelona e Santiago de Compostela:

El próximo mes de noviembre, el Papa Benedicto XVI visitará Barcelona y Santiago de Compostela, motivo por el que un millar de personalidades han suscrito una misiva redactada para conmemorar la segunda visita del pontífice a España.
En la misiva, los firmantes suscriben el ataque a las políticas progresistas asegurando que el "relativismo" es "la fuente inspiradora de iniciativas contrarias al derecho a la vida, a la familia y a los derechos de los padres como primeros responsables de la educación de sus hijos". Ese relativismo "pretende prescindir de las categorías del Bien, la Verdad y la Belleza", asegura la carta.


Creio que não será despropositado deixar aqui, à laia de comentário, um excerto mais do ensaio de Juan Manuel Vera ontem aqui citado.

En España, como en otros países europeos, se ha producido un creciente distanciamiento de significativos sectores de la población respecto de los ritos cristianos, lo que se manifiesta en el aumento del número de no creyentes y la disminución constante del número de practicantes (…) . Estos datos han llevado a algunos a pensar que el único problema religioso en Occidente, en el siglo XXI, se limitaría al creciente peligro del integrismo islámico y de sus ramas terroristas.
Sin embargo, algunos ejemplos inmediatos deben llevarnos a la reflexión sobre las tendencias del cristianismo en el mundo. Pensemos en la eclosión de sectas fundamentalistas en el entorno político que llevó a Bush a la presidencia de los Estados Unidos y en el peso del extremismo religioso en aquel país.
Tengamos también en cuenta la radicalización tradicionalista de la Iglesia Católica durante los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que alertan sobre la necesidad de profundizar en el significado político de la evolución de la Iglesia Católica. Juan Pablo II puso en marcha, a partir de 1979, un giro estratégico de la Iglesia para aprovechar el notorio vacío de representaciones creado por el hundimiento del totalitarismo comunista. Ese giro había sido preparado durante el curso final de la guerra fría, que abrió el camino al recurso a la religión como variable geoestratégica. Recordemos el papel (…) del fundamentalismo musulmán en Afganistán o el del judaísmo sionista en Oriente Medio.
A pesar de esta agresividad renacida de la Iglesia Católica y de otras confesiones cristianas resulta sorprendente la ausencia casi completa de análisis político efectivo de su papel social. En la izquierda política ha predominado una visión que relativiza sus efectos sobre la opinión ciudadana y que menosprecia sus riesgos políticos potenciales sobre la evolución de la democracia. Esa errónea tolerancia respecto al significado político real del cristianismo orgánico expresa un conformismo intelectual y una incomprensión profunda del peligro político de las certezas religiosas.
Es frecuente que muchas personas de buena fe consideren que el debate sobre la religión es secundario, o que debe limitarse a algunos aspectos prácticos del laicismo, sin cuestionar en profundidad el deísmo monoteísta ni su sustancia filosófica y política. Incluso muchos no creyentes consideran que el cristianismo es una recopilación de buenos valores a los que se debe reconocimiento social, incluso por quienes no creen que las vírgenes tengan hijos ni que un dios personal sacrifique a su vástago para redimir a los hombres. Otra forma de esta seudo-tolerancia consiste en establecer una divisoria radical entre la religiosidad y el fundamentalismo, cuando la única diferencia es de grado. Finalmente, algunos admiten que el cristianismo es la jerarquía autoritaria de su Iglesia, pero admiran la fe de los millones de pobres del Tercer Mundo, los cuales no creen tener más remedio que buscar esperanza en otro mundo como consuelo a sus males reales en éste.
Ninguna de esas disculpas es realmente poderosa. Todas tienen en común la atribución de elementos deseables a la creencia religiosa y el olvido de que la religión siempre tiene que ver con el poder, que toda religión es política, por definición. Al pensar de esa manera se corre un velo sobre la Historia, ocultando o trivializando la guerra absoluta que la Iglesia ha desarrollado a lo largo de los siglos contra la libertad de expresión y de conciencia, las libertades públicas y la democracia. En fin, no es aceptable la negativa a reflexionar sobre el sentido último de las creencias religiosas, sus aspiraciones latentes o explícitas a una sociedad cerrada. Tampoco deben velarse las terribles consecuencias para la libertad si las ideas religiosas fueran impuestas por un régimen político confesional.

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